De espectadores a gladiadores | por Flavia Freidenbeg
Las democracias necesitan un Nuevo Acuerdo Democrático. Eso lo sabemos desde hace tiempo. Hemos aprendido mucho en las últimas décadas sobre cómo elegir, competir, argumentar o castigar en las urnas, pero aún hace falta más. A más de cuarenta años de las transiciones y en el Día Internacional de la Democracia (hoy 15 de septiembre) toca identificar de manera clara y estratégica: qué es lo que no funciona, por qué la gente está molesta, que falla en el ejercicio de la representación y cómo conseguir mejores resultados de bienestar, inclusión y rendición de cuentas que mejoren la convivencia democrática. Ya sabemos que no se trata sólo de reglas y procedimientos, sino también de valores, actitudes, expectativas y prácticas.
La supervivencia de las democracias supone una idea fundamental: la creencia irrenunciable de que no es posible vivir en otro tipo de sistema político que ayude a garantizar la libertad, el pluralismo, el respeto mutuo y la igualdad. Esta premisa tan simple se convierte en urgente cuando es la propia ciudadanía la que elige -a través de las urnas- valores, reglas, personas y/o partidos que pretenden desarticular a las propias democracias (o que la usan sólo para su beneficio o proyecto político). Las experiencias latinoamericanas han enseñado que la gente puede usar la infraestructura y logística organizativa de la democracia para elegir a líderes que limitan el pluralismo, fomentan el odio, no respetan la diversidad ni las reglas que aseguran el Estado de Derecho.